Diego Makedonsky
Es artista sonoro y compositor. Su producción se encuentra entre la experimentación y la reflexión con distintos medios en torno a lo sonoro y la escucha. Su trabajo está enfocado en la investigación de las poéticas y estéticas del acto y las prácticas de escucha desde una perspectiva elaborada a partir del pensamiento del filósofo argentino Rodolfo Kusch.
En los últimos años se ha especializado en la propuesta de una escucha poética en relación con el paisaje y el trabajo con grabaciones de campo. Coordinó el Encuentro Internacional de Arte Sonoro Tsonami en Argentina desde el 2008 hasta 2014. Ha presentado su trabajo en distintos escenarios del país y de América.
Anotaciones desde el monte sobre el rastro y el viento.
Punto de partida
Me interesa una forma de concebir la escucha de un modo poético y como forma de habitar que interroga aspectos tanto éticos, políticos como estéticos a partir de un replanteo de las formas normalizadas de la escucha y de las formas propias de estar. Una hipótesis que recorre mis inquietudes actuales es que para transformar nuestras relaciones con el entorno y con los demás es urgente replantear la relación con lo otro de nosotros mismos, habitar ese umbral entre lo que creemos que somos y lo que no sabemos de nosotros mismos y de esa manera poder escuchar las voces de los otros sin reducirlas a nuestras proyecciones. La grabación de campo se define por el hecho de grabar sonidos en el exterior, fuera del ámbito controlado del estudio, lo que le otorga un carácter singular para abordar la situacionalidad de la escucha en relación a la alteridad tanto del paisaje como de sus habitantes. Además, aquí, el sentido de ¨campo¨ supone para mí un estar a la intemperie, más allá de las propias certezas. Por otra parte, desde hace un tiempo, mis experiencias con la escucha me han llevado a investigar su inscripción y las condiciones en que las personas que viven en un territorio escuchan y son escuchadas, qué vínculos mantienen con las manifestaciones sonoro auditivas de su entorno y de que distintas formas la escucha se inscribe más allá de los soportes sonoros . Esto gira en torno a las ideas de transducción, traducción entre energías, medios, materiales y lenguajes en los que la escucha pueda ser inscrita de otra forma tal que interrogue lo que la época propone como modos de relacionarnos con el entorno, los otros, la tecnología y el tiempo.
La palabra-cosa mágica
Pienso en el Omta Miguel, en su discurso, en las preguntas que le hice. En su lengua no hay artículos ni número. Una misma cosa puede ser plural o singular. Los elementos son varón o mujer como el algarrobo y el chañar. El sentido no se aclara en el texto de lo que dice y tampoco se agota en el contexto. No se trata del enunciado sino de la enunciación. Si se está frente a un grupo entonces se trata del plural pero para ello hay que estar enunciando. Se trata de la palabra como acto. Luego las palabras tienen una carga que contamina lo que se está diciendo.
El korkol es un ave nocturna que no se deja ver, asociada con el mal y las desgracias. Anuncia el peligro y por ello, a su vez, protege ante éste. La sola mención del korkol contamina de un fondo de temor toda la situación. Una noche en la que se oye mucho su presencia no se dice que hay muchos korkoles sino que la noche está llena de korkol.
Es como si no hubiese separación entre las palabras y las cosas porque no hay meras cosas y porque la palabra misma no es una mera cosa en el sentido de una cosa inerte. Las cosas son cosas vibrantes y los simbolos cosas vivientes. Se trata de palabras-cosa y de cosas-palabra. Todo habla no solo el humano, y ese hablar marca el lugar mismo del acontecer de un aquí y ahora que tiene lugar en ese sitio nombrado por una palabra-cosa mágica. Las relaciones y diferencias que las palabras nombran son el acontecer de eso que el Omta llama ¨Gran Espíritu¨ y que pareciera no tener nada que ver con una subjetividad divina y ser más como un horizonte de destino; una camino del existir. Lo que llamamos existencia es una suerte de disponibilidad a ese horizonte y a ese camino que en tanto tal es devenir. Un camino incierto que a la vez que inquieta, interroga, interpela, abre, pero también ampara, cobija y orienta. En este camino se realizan acciones propiciatorias como parte de la vida cotidiana. Se pide, se agradece, se da. Se entregan sacrificialmente bienes pero también males como las espinas, para que se consuman en el fuego y se vayan. Se barren del camino las espinas del algarrobo para poder andar y pisar el suelo descalzo. Lo que da sustento también lastima si no se lo sabe tratar. hay que sentir el territorio, vibrar con él, escucharlo, mirar por donde se anda, esperar, sentir sus tiempos y ritmos.
El propio rastro
La orientación está en lo micro y en lo macro a la vez, en una eterna conversación cosmológica entre distintos órdenes, niveles y escalas donde el saber no es de dominio sino apenas de mediación. En un paisaje a primera vista homogéneo y sin hitos sobresalientes, la orientación siempre es el cielo a nivel general y el suelo en lo más próximo. (El peligro suele estar al ras del suelo) Cuando en una caminata al atardecer le pregunté a Victor por la forma de orientarse ante un eventual extravío, en silencio, para saber a dónde dirigirse me señaló el cielo, el sol y las estrellas que comenzaban a aparecer y me refirió al propio rastro para re-encontar el camino. Días más tarde, concluida la residencia, cuando nos íbamos, tras el saludo fraterno pero sin estruendos, nos hizo un chiste: ¨Se han olvidado algo en el territorio¨ dijo, ¿qué cosa? preguntamos, ¨se han olvidado el rastro¨ respondió como remate mientras reía. Y reímos juntos pero luego nos quedamos pensando en eso.
No dejo de pensar en el vínculo entre desierto y olvido. Desierto proviene de desertus que es participio de deserere que en latín significaba abandonar, olvidar. Se conforma con el prefijo de- que refiere a la separación y serere que remite a entrelazar, ligar.
El rastro olvidado, la huella dejada atrás, un desierto. Quizás por eso en los mitos de iniciación, el héroe mítico, el guerrero, el brujo, hasta Cristo y los profetas se dirigen al desierto apartándose en soledad, en un territorio ajeno aislado y peligroso para retornar transformado luego de encontrarse con ¨su destino¨. Quizás, cada tanto, haya que volver al desierto para reencontrar la propia huella y recobrar el camino. A lo mejor, Victor quería decirnos esto o a lo mejor fue solo un chiste. De un modo o de otro, finalmente, lo que resuena se hace carne y memoria y esa resonancia hace lazo y esas palabras, no eran meras palabras sino, como decía antes, palabra-cosa mágica que abre allí el lugar donde acontece lo que nombra, Ahí en ese saludo final-chiste, estaba todo lo que hay que escuchar: el rastro, el desierto, el territorio, el viento y las voces.
Estar a la escucha es estar al margen, como sostiene J.L Nancy, un poco en el desierto, pero también es volverse parte misma de la resonancia, parte misma de ese cosmos vibrante aunque uno no sepa muy bien de qué se trata. Roland Barthes, sostenía que la voz es lo que se produce en el encuentro entre una lengua y un cuerpo. El lugar de la voz sería un lugar intermedio, extimo, que sin ser parte de ninguno de los dos sin embargo proviene de ambos. La escucha de esa voz, requiere de una escucha dispuesta al dejar surgir del grano que emerge de un lengua sedimentada en el inconsciente de un cuerpo. Una escucha que Barthes señala como dispuesta al desvío, al error, a la demora, a la oscilación y el vaivén. En el escuchar hay un decir y también un ser escuchado. Escuchar ya no como el acto psíquico de un sujeto consciente sino como un espacio-acción donde se acontece junto al otro en tanto otro y de allí que sea un espacio ético abierto donde se cohabita con lo que no se reduce a nuestras representaciones. Y quizás por eso es que volver sobre el propio rastro, re encontrar el camino no sea una forma de reiteración narcisista de uno mismo en el otro, sino una manera de encontrarse con lo otro en uno mismo. Quizás sea esto lo que se escucha en el monte, lo que asusta del korkol, o lo que el viento dice en el algarrobo.
Escuchar poéticamente como forma de habitar es escuchar lo inesperado, lo no pensado, lo no manifiesto, lo que sale al cruce. Escuchar otro decir en lo oído. Escuchar en el silencio no solo lo que calla sino lo imposible. Lo imposible de decir, lo imposible de callar.
La Escucha: poética y la transducción del viento
¿Nosotros decimos las cosas o son las cosas las que nos dicen?
¿Qué nos dicen las cosas sobre nosotros mismos?
¿Contamos la historia de un lugar o éste nos cuenta en su historia?
Escuchamos y al hacerlo somos escuchados. ¿Qué pregunta nos devuelve el paisaje?
¿Cuántos modos de habitar y por tanto cuantos paisajes se solapan y superponen sobre la
misma geografía?
Se enhebra, oculta, en el revés de la trama del lenguaje que teje el paisaje, la urdimbre de la palabra inaudita que compensa el sentimiento de la herida irremediable de una existencia parida mestiza. Lo inaudito no suena, pero se dice en el estar diciendo de la palabra-cosa mágica que dicta el paisaje. Se trasunta como deformación o equívoco, como canto, como desvío o silencio. Es una voz no articulada que sin embargo justo allí donde se desvanece sin ser oída y se diferencia de todo sentido ya dicho, justo allí interpela la escucha que se tensiona hacia la resonancia de la imposibilidad de decirse todo del paisaje. Peor aún, la falta de relación y la opacidad entre el paisaje y su geografía. Es como si en todo ello hubiese un excedente, una desmesura, un desencaje de algo que no logra su traducción. Esa imposibilidad resuena en el monte, en el desierto, en el vacío de su extensión inabarcable, en el tiempo que se tiende entre el cielo y la tierra, entre la montaña y el río. La voz inaudita, lo inaudito en la palabra-cosa que resuena en el paisaje que nombra sólo puede captarse por una escucha poética que sepa alojar sus múltiples e inauditas resonancias.
El viento, el vaivén del aire no se ve ni se oye por sí solo, requiere del encuentro con un cuerpo transductor para hacerse visible y sonoro y deje a través suyo escuchar la voz del paisaje. En el viento anhelo una relación distinta con el tiempo. Escuchar el viento es escuchar siempre la afectividad en los cuerpos que agita. Escuchar de ese modo es habitar un lugar que se trama en ráfagas y turbulencias. La tensión de una cuerda transduce el viento y el viento traduce una historia secreta del paisaje y el tiempo del algarrobo.Poética y transducción del viento y la tensión, la extensión y la intensidad en el monte como una topografía vibrante que señala el sitio y el momento específico una forma poética de habitar.