Lucia Sorans. Buenos Aires, Argentina, 1983.
Su obra reúne la investigación sobre la materialidad y el carácter de lo pictórico con la performance de movimiento. Se formó en el Instituto Vocacional de Arte (Labardén) y en la Licenciatura en Artes Visuales de la UNA. Participa de Abele 2022, coordinado por Carla Barbero y Javier Villa; del Proyecto PAC 2016 (Prácticas Artísticas Contemporáneas) de la Galería Gachi Prieto. Realizó clínicas de obra con Luis Felipe Noé, Roberto Jacoby y Dani Umpi (Bienal de arte joven BA 2015), Rafael Cippolini, Ana Gallardo y Marina de Caro. Concurre al taller de Juan Astica (2003-2005). Asistió al Seminario de dibujo dictado por Eduardo Stupía en la Universidad Torcuato Di Tella. Cursó seminarios y workshops de danza Butoh con Rhea Volij y Quio Binetti.
Recibió el Gran Premio del Premio UADE Artes Visuales (2013); la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes (2022 y 2021); Beca Residencia “Interculturalidad Simbiótica” (2023) PDP; la Beca Creadores del Fondo Metropolitano de las Artes (2009); Becaria en Residencia Estudio 13 Gral. Roca (Río Negro ,2009); Primer Premio del concurso para jóvenes artistas de la Fundación E-com Puerto Rico – Galería Ecléctica Buenos Aires (2005). Participa en premios y concursos tales como: Premio Fundación Fortabat 2023; Premio 8M (CCK, 2023); Salón Nacional (Palais de Glace, 2022); Salón Félix Amador (Quinta Trabucco, 2022), Concurso Artes Visuales Fondo Nacional de las Artes (2018); Pintura Banco Central (2011); Premio Fundación Andreani (09-10); Bienal Rafaela Museo Urbano Poggi (Santa Fe, 2009); Premio Chandon (MAC Salta, 2006). Desde 2006 ha participado de diversa muestras individuales y colectivas.
Se trata de una investigación que busca poner de manifiesto vínculos primigenios entre tierra, cuerpo y memoria. En este proyecto investigo, a partir del gesto de recolectar, la introducción de tierras provenientes de diferentes territorios del país, como material pictórico. Archivo de Tierras presenta las colorimetrías de cada territorio dadas por recolecciones de sus suelos (Parque Nacional Lanín, Neuquén; tierras mapuches, Capilla del Monte, Córdoba; Lagunas de Guanacache, tierras Huarpes; Punto tripartito Prov. San Luis, San Juan, Mendoza). Cuerpo y tierra como campos de afectación donde se alojan las memorias de todos los tiempos. El elemento tierra como un material, pero también percibido como una otredad, en un intento de corrimiento antropocéntrico que rige la lógica productivista de nuestra relación con lo otro, de extracción y uso/ explotación, por un vínculo de apreciación y escucha. “El territorio es nuestro cuerpo”. El gesto de recolectar frente al gesto de extraer. En el recolectar se establece un contacto con lo que se toma, la conexión de la vida que se continua de un cuerpo a otro. El uso productivo se desentiende de los vínculos, desestima el ser de las otras especies de los distintos reinos, los volvemos materiales. Reconocer un tipo de inteligencia en un material/ ser, que conjuga todos los reinos – mineral, vegetal, animal- y también una pregunta sobre nuestra humana manipulación.
La residencia fue realmente un Punto de Partida para muchas reflexiones, afinidades y afirmaciones. Gracias a la guía del Omta Miguel Roque Gil representante de una de las comunidades Huarpes quien nos compartió vivencias y experiencias en territorio, en las que nos introdujo en sus cosmovisiones y practicas desde lo afectivo y con gran compromiso. El ser y el hacer, lo sagrado y la práctica artística, la convivencia como lugar creador, las practicas ancestrales como performance contemporánea, la potencia del arte como sanación, restauración de la vida, el monte como familia.
Hay una noción encarnada en el lenguaje Huarpe, pueblo originalmente dedicado a la recolección y caza; donde en el acto de tomar un fruto o elemento del monte, se agradece a esa planta y se le canta; “Peyita” es la misma palabra para agradecer y pedir permiso. La idea de material cambia, un material es un ser, el monte es la familia. Cada uno tiene un lugar propio en el territorio, propio que no es privado, es común; es el lugar sagrado donde se entierra la placenta del nacimiento y la vasija que contiene el cuerpo cuando muere, el muerto vuelve a nacer como un ser del monte. Todo vive y cada ser del monte cobra la dimensión de un ancestro, de un abuelo. Hacer sin la idea productivista significa hacer para conectar. El junquillo-planta nativa- es un medio para conocerse, construir una canasta para ir escuchándose a unx mismx a través del junquillo. Los materiales, seres, sienten; se los honra con esta conexión. Una canasta para vender le saca el tiempo procesual al hacer, le saca el tiempo sagrado. Como son nuestras canastas, de que material y de que tiempo están constituidas. Nuestra obra empieza en la integridad de nuestro estar.
Esta experiencia intercultural nos cuestionó sobre nuestra identidad, nuestra relación con los entornos en que vivimos, nuestras formas de vida, las políticas en las que estamos inmersos, que aún hoy dejan sin agua a los territorios habitados por los pueblos prexistentes desde hace cientos de años. Nuestras identidades, frente a estas cosmovisiones de arraigo ancestral con conciencia de comunidad y de territorialidad, nos dejan con una sensación de huerfanidad. ¿A qué comunidad pertenecemos?, ¿cómo son nuestras cosmovisiones? ¿somos occidentales? Comenzamos a pensar que nuestro ser latinoamericanes, nuestras raíces con tradiciones rotas, mezcladas, olvidadas, negadas, a la vez nos da la oportunidad de inventarnos. El campo del arte vendría a ser ese lugar desde donde pensarnos, sentirnos e inventar formas singulares y comunidades desde donde enlazar nociones del ser y estar, modos de conexión con lo espiritual, con lo mágico, con lo trascendente, otros vínculos con la naturaleza y la tecnología.